miércoles, 8 de abril de 2020

Miércoles Santo

 "El significado más profundo del ascetismo es el de conservar la compasión. El hombre que come tiene cada vez menos compasión y al final acaba no teniendo ninguna. Un hombre que no tuviera que comer y, sin embargo, medrara; que, pese a no comer nunca, se comportara como un ser humano en los planos intelectual y sentimental, un hombre así sería el experimento moral más sublime que pudiéramos imaginar, y sólo si tuviera éxito se podría pensar seriamente en la superación de la muerte"

Elias Canetti, El libro contra la muerte



Un sueño recurrente: he salido a la calle y cuando me doy cuenta (paseo por una ciudad parecida al Berlín de después de la guerra, una ciudad del año 0 de una nueva era) estoy casi en pelotas, con unos calzoncillos raídos y una especie de albornoz. El suelo está sucio, como después de una gran nevada derretida, marcado por los neumáticos de los coches y de las bicicletas, y ya no sé si dar marcha atrás o seguir hacia donde iba con urgencia (no sé exactamente hacia qué lugar, aunque voy con determinación).

No tengo hambre. Hoy he probado el zumo de hortalizas Breuss. Contiene zanahoria, apio, patata, rábano y remolacha, ese tubérculo de color rojizo que normalmente no como porque no me gusta. El zumo está rico, sin embargo.

Beta Vulgaris



En Jerez hay una azucarera, la del Guadalete. Produce y refina azúcar remolachera. Hay días, quizás debido al viento de Levante, en que el olor de la pulpa, un olor a gases fétidos, penetra en toda la ciudad. Es un color muy de allí, que me recuerda esa sensación impasible y apática de los domingos del final del verano, en que todo está suspendido, pendiente, el nuevo curso se aproxima, pero parece que no llega nunca, porque el tiempo se estira con un aspaviento de notable pereza.

Pensé que el ayuno me ayudaría a calmar la dermatitis, soñaba incluso con que la hiciera desaparecer; pero hoy he vuelto a notar el prurito, a embestidas momentáneas, como de costumbre... me estoy acostumbrando. Me dijeron en el hospital - tenía cita estos días - que mi visita quedaba pospuesta hasta que "todo esto acabase". ¿En verano quizás? Echo de menos tener un balcón donde tomar el sol; mi casa es luminosa pero poco soleada. El otro día pregunté en la farmacia y ya no se puede comprar vitamina D sin receta médica. Se ve que la gente abusaba de estos suplementos y acababa intoxicada, con hipercalcemia: algo que puede causar náuseas y vómitos, debilidad y micción frecuente; estos síntomas pueden evolucionar a dolor en los huesos y problemas renales, como la formación de cálculos de calcio. Así que mejor pillar la vitamina D en los pocos alimentos que la contienen y con baños de sol... 

La piel ha sido siempre mi talón de Aquiles.


A las siete de la tarde, después de estar leyendo un rato, he ido al salón a fumar y he visto que un rayo de sol radiante atravesaba la ventana hasta llegar a la tele... He colocado una silla allí después de abrir la ventana y he estado media hora disfrutando del sol caliente sobre la cara y el pecho. Creo que el sol es el mejor ansiolítico que existe; a mí, personalmente, me detiene toda agitación mental incontrolada. Bajo él - qué gusto - uno queda desarmado, se vuelve un cuerpo amamantado de calor. Que el sol golpease la tele, ese objeto que ha venido a sustituir al hogar, el lugar que antiguamente ocupaba el fuego, alrededor del cual se reunía la gente en busca del relato - un relato que hemos delegado actualmente en otros, un relato, el televisivo, cada vez menos estimulante - ha sido, ciertamente, una iluminación. A las siete tengo ahora cita no en el balcón, tampoco en el sofá, sino junto a la tele, de espaldas a ella, mirando hacia la ventana. El sol va a ser mi amante puntual durante este enclaustramiento.  


Curiosamente, estos tres días, mi libido ha desaparecido. Ni siquiera me masturbo de la manera mecánica y rutinaria en que lo suelo hacer los días de trabajo y estrés. El encierro es una forma de alejarse del deseo; si a esto le añades el ayuno, la abstinencia es total. La vida cenobítica. La ascesis que recorre la historia de las religiones y las filosofías morales - de Buda a Epicuro - desde la noche de los tiempos...

Hoy pensaba en la noche de los tiempos mientras leía el capítulo sobre el taedium vitae en tiempos de la república romana del libro que ahora leo sobre la historia de la melancolía. Había un extracto del De rerum naturae en que Lucrecio menciona cómo era la vida de la raza humana en los tiempos míticos - prehistóricos - de lo que los romanos entendían por la Edad de Oro:

"Y durante numerosas revoluciones solares prolongaban su vida muchos lustros siguiendo el vagabundeo de los animales salvajes. No había ningún robusto labrador que guiara el corvo arado, nadie sabía remover las tierras con el azadón, hundir en la tierra los tiernos vástagos ni cortar con la podadera las ramas viejas de los árboles".

No sé, leer esta descripción romana de la prehistoria, de la noche uterina del ser humano, anterior al conocimiento del paleolítico, anterior a la larga Edad Media, anterior al Origen de las Especies, ¿no resulta sorprendentemente actual? ¿No distaba tanto de Lucrecio como dista ahora esa historia previa a los primeros asentamientos, a las primeras formas de comercio, a la escritura?

Dice Pascal Quignard: "Cuando en el silencio de la noche sondamos el fondo del corazón, la indigencia de las imágenes que nos hemos formado sobre el gozo nos llena de vergüenza. Yo no estaba allí la noche en que fui concebido. Es difícil asistir al día que te precede. Una imagen falta en el alma. Dependemos de una postura que tuvo lugar necesariamente, pero que nunca se revelará a nuestros ojos. A esta imagen que falta la llamamos el origen. La buscamos detrás de todo lo que vemos. Y a esta falta que arrastran los días la llamamos el destino".

Este espanto de la materia es el espanto del microorganismo que fuimos y que seremos. El espanto de la conciencia del tiempo. Saber que la Historia, también la nuestra, es una gota en el océano.

El eterno retorno. Ritornello.


Roland Barthes, un hombre melancólico, con ese tipo de melancolía barroca que se pierde en los detalles y se va por las ramas, como la de tantos otros de su generación, tocaba el piano una media hora al día, para relajar el cuerpo, sustituyendo de este modo el ejercicio físico. Yo, estos días, encontraba ese "délassement" en las tareas de la cocina, como cortar los alimentos, mezclarlos, condimentarlos, luego fregar los cacharros. Esta semana no me ejercito en nada. Escribir, sobre todo a estas horas de la noche, me da cierto dolor de cabeza.


Con Chendo, que ha sacado el tema porque sabe perfectamente como tenerme en vilo al teléfono, que es su vicio, hemos hablado de la reivindicación de ciertos miembros de la "industria cultural" como sector básico. Estos profesionales del arte te lo cuentan de otro modo, con un lenguaje místico, acudiendo a eso del alimento del alma que otrora las órdenes religiosas utilizaron para defender la renta frente a la limosna. Me temo que las industrias culturales en este país no serán sólidas hasta que la educación - incluida la televisión, importantísima - sea lo suficientemente sólida. Primero hay que educar al público para que luego consuma cultura (sin consumo no hay dinero para profesionalizar el sector). Respecto a la demanda de una partida presupuestaria específica para su sector en estos tiempos de fuerza mayor, me parece un poco caprichosa. Los cines y los teatros son tan necesarios como los bares, las cafeterías o las discotecas. Por más que algunas necesidades sean más espirituales que otras. Supongo que el precariado - cultural o no - deberíamos remar todos en la misma dirección. Me parece un poco oportunista aprovechar la excepcionalidad de esta crisis para reivindicar cuestiones - que, aunque justas - vuelven a caer en los mismos defectos de forma elitistas de los que luego, cuando se les acusa de "antipáticos", se sorprenden. Otra cosa es Vox y el ninguneo que sufre el "mundo de la cultura" por parte de la derecha en general, y que el ministro de Cultura y Deportes (más de esto último que de lo primero) sea un paleto. Mira, que no sean tan psoistas y sanchistas. Que se pasen al lado oscuro. Lo peor de todo es que los que lloran frente a la cámara estos días son más los del ala burguesa, esos que se dedican a la industria cultural no gracias a becas y talento, sino a que papá o mamá, o las rentas, ha permitido que se aventuren cómodamente en este sector tan desastrosamente raquítico en España.

Hoy ha hecho bueno. Y el Prendimiento, el Prendi, la cofradía más flamenca de Jerez, hubiese hecho estación de penitencia por las calles de mi ciudad. El Prendi es más que una cofradía, es pueblo y arte. Es ignorancia y brillo. Es éxtasis y pasión. Dolor y vida. Quien no entienda esto ni a La Veneno (La Veneno sin necesidad de redención, La Veneno en su genialidad abyecta) es que no entiende ná de ná.