domingo, 12 de abril de 2020

Domingo de Resurrección

Ayer, convencido por Pablo, tomé la decisión de prorrogar el ayuno un día más. Hoy era mi jornada de recuperación (el día en que comenzaría a introducir de nuevo alimentos sólidos en el cuerpo). Pero Pablo, al que comenté el sábado que no estoy realmente pasando hambre ni me siento débil ni abatido, y que quiere que realmente haga penitencia, me dijo que aprovechase la situación para ampliar en un día la abstinencia e hiciese el ayuno hídrico (solo agua), con lo que limpiaría mejor el hígado y haría hincapié en la autofagia, esa especie de sistema de autorreparación celular.
Así que hoy me he preparado 2 litros de agua con un limón exprimido y un poco de sal y es todo lo que estoy ingiriendo.
Es obvio que hoy sí que noto el abatimiento. Me he pasado la mañana en la cama, haciendo la grasse matinée; luego por la tarde también he estado mucho tiempo en la cama, leyendo y mirando el móvil...

Hace un día espectacular ahí fuera. Un día callado y soleado.


Durante estos días he vuelto a mis amigos de toda la vida, me confortan sus llamadas telefónicas. Me gusta la gente que llama por teléfono, la confianza antigua, las conversaciones largas, el "person-to-person"; Facebook me parece un lugar muy cansino, me produce un enorme desasosiego, la verdad. Y Madrid, Madrid se me antoja como una ficción, como una noche larga y vertiginosa de bares y discotecas, un fogonazo de luz del que apenas nada agarra. Ayer me decía Concha, con la que estuve hablando durante más de dos horas, que era como si, de repente, con esta parada, con esta suspensión, nuestra historia vital se hubiese agolpado a la puerta de nuestra casa... supongo que se debe al hecho de estar durante tanto tiempo solo, pero es así, aunque no sepa explicarlo mejor. En este presente solitario, lleno de ecos de nosotros mismos (el olor de mi orina es fuerte estos días, dejo que se acumule en el wáter, así luego, cuando vuelvo al baño, siento el bofetón de su presencia, que es la mía), es como si hubiese ciertas cosas mejor guardadas que otras, ciertas capas vitales, ciertos amigos, ciertos recuerdos de la era preinternauta y analógica que hubiesen quedado mejor fijados...

 

Estoy viendo La noche americana de Truffaut. Quería ver La piel suave, que recomendaba Almodóvar en su artículo de hoy para El diario (no comment) pero al final me daba mucha pereza ver una película sobre adulterio de esta época y de Truffaut. La noche americana es un film cinematográficamente notable, muy didáctico, cine dentro del cine, pero como me pasa con gran parte de las pelis de este director, hay algo que encuentro envejecido, naïf... me pasa también con la obra de Italo Calvino. Entiendo la audacia, pero a mí no me interesa. En particular, me sobran los diálogos... demasiado heteruzos, demasiado tontorrones. Quizás los mejores momentos sean esos en que la historia avanza rápido, con la magnífica música de Georges Delarue...


Hoy pasan por la radio, a las 0:00 horas, Sleep, nana para un mundo frenético, la obra de 8 horas de Max Ritchter. Dejaré la radio puesta toda la noche...



Mañana vuelvo a comer sólido.También parece que vuelve la lluvia... Me siento lejos del mundo, lejos de las noticias, de las nuevas cepas, del sexo, de mi familia, de los amigos de aquí. Pero estoy satisfecho, ligeramente alegre... y en casa, confinado, tampoco se está mal. A falta de aventuras ahí fuera, ni políticas, ni sexuales, ni amicales, quizás sea el momento, de continuar con la aventura del saber (me llega remesa de libros mañana), y cuando pueda, estos días en que espero estar más ordenado, retomar mi proyecto de novela, comenzado hace más de un año y que sí, ironías de la vida, se iba a llamar Encierro, aunque no va de esto, y es todo lo contrario a esta especie de bagatela que decidí iniciar para que esta semana de ayuno no fuese el infierno. Y no, se ha parecido más al purgatorio.. ese purgatorio, presente continuo, que es nuestro paso por la Tierra.

jueves, 9 de abril de 2020

Jueves Santo


Ciclotimia: dos versiones, una pasión...





El año pasado, aproximadamente por estas fechas, ardía Notre Dame. Era la Semana Santa, miércoles para ser exacto, y yo andaba en Sevilla, con resaca. El amigo que estaba conmigo y yo pusimos la tele del piso que nos había prestado otra amiga y allí nos quedamos embobados: el fuego prendiendo sobre la flecha - que luego se partió en dos y se desmoronó - convirtiéndola en un fascinante esqueleto de madera, la gran columna de humo empujada por el viento y, por último, posiblemente, una apacible lluvia de cenizas...




En mitad de esta semana, llueve de nuevo. Cuando abro las ventanas para orear el ambiente humoso del salón (en ocasiones mi casa parece la Whitechapel de Jack el Destripador) me invade un olor a remolacha: es el olor terroso, dulzón y húmedo de la ciudad vacía y mojada. Esta tarde me he hecho una lavativa (no me duchaba desde hace días: tampoco me afeito, quiero dejar la limpieza de sábanas, ropa sucia desechada en el arcón y los afeites para el Lunes de Pascua) y el plato de la ducha se ha tintado de ese color intenso del tubérculo. El color de la sangre en blanco y negro, de Psicosis. He pensado entonces si la remolacha se ha utilizado como pigmento en la historia de la pintura o el textil... cuando he buscado la información en Internet he descubierto que la betanina - así se conoce al extracto acuoso de la raíz de la remolacha roja - se usa como colorante en la industria alimentaria. Es el E-162 que se añade a yogures de fresa o helados de frutos rojos, también a refrescos, golosinas y mermeladas.

He terminado lo que me quedaba de trabajo. Por fin. Ahora puedo abandonarme, estar durante cuatro días absolutamente a mis anchas, sin obligaciones sociales, sin tener que cocinar, sin tener que ducharme, ajeno al mundo, en mi celda tamaño XXL, desdeñando el futuro, en un presente continuo sin principio ni fin. En este confinamiento subrayado por los días festivos uno puede encontrar su heterotopía: ya no hace falta refugiarse en ese agujero negro que es la sauna, puedes ahorrarte ese esfuerzo deambulando como un fantasma por tu propia casa, picoteando de un libro y de otro (en el otro lado de la cama, el lado no arrugado ni hundido, tengo cuatro libros abiertos, la tablet y una pomada para curar unos granos que me han salido en el pubis), sin ver la tele apenas, sin casi mirar el teléfono, en la gloria. Es increíble como mi ascendente Piscis se apodera de mí en cuanto el día se nubla y gobierna el distanciamiento social: en ese momento aparece Jerónimo - patrón de los traductores - y doma al león soleado de la casa quinta. Después de dormir la siesta me ha costado levantarme, no era tanto una parálisis física como mental. Durante el resto de la tarde se ha apoderado de mí la acedia: indolentia, delatio et desperatio.

Ayer, hablando con Ángela le decía que quizás lo más interesante de toda esta crisis (releyendo a Agamben he recordado que la palabra krísis significa en griego antiguo "juicio", en su acepción jurídica y médica; curioso), le decía a esta amiga, digo, que lo guay es que estábamos ante una "aventura colectiva". Hoy pienso lo contrario, pienso que esta "guerra" me ha pillado un poco mayor para ir al frente, y que más bien, es la estacada definitiva para abrazar la madurez (signifique ese eufemismo de "vejez" lo que signifique) y que con una "paguita" me daría por más que satisfecho. Siempre he hecho mía esa frase de María Jiménez diciendo "que me dejen". Que luego ya sé que volveré a la manía y no habrá quien me acueste. Si hay un ser fantástico que se corresponde con el carácter maniacodepresivo ese es el del vampiro. La noche y el día, el crepúsculo y la aurora, con las manos trastocadas como ese personaje - el engaño - de la Alegoría del Triunfo de Venus del Bronzino, lienzo que siempre que voy a la National Gallery me quedo un buen rato pasmado contemplando.


Hoy David nos ha mandado al grupo de whatsapp que tenemos con Paco una foto de él con un amigo de Costa de Marfil - donde vive y trabaja - con unas fantásticas mascarillas hechas de telas africanas. Para salir de esta molicie, me impondré un nuevo reto para la semana que viene: fabricar una mascarilla con una vieja camisa rosa de fantasía cachemira. ¡Es de Miu Miu, oh the old times! Sé perfectamente que estas mascarillas de tela no tienen ninguna finalidad práctica, pero ¿desde cuándo la moda es práctica? Las espantosas mascarillas sanitarias hay que cubrirlas de fantasía: como hacen las mujeres de Arabia Saudí con las pestañas postizas, único complemento facial con el que pueden ser coquetas. La verdad es que en esta casa no hay caja de la costura, así que no sé cómo haré...

Ayer saqué de la estantería un libro de Agamben muy apropiado para estos días: Pilato y Jesús. Me acordé de esta lectura deslizando perezosamente el dedo por un especial Semana Santa de Filmin dedicado a películas religiosas. Cuando yo era pequeño sentía fascinación por los personajes bíblicos, no necesitaba a ningún Superman ni a ningún ET con los que fantasear por las sendas del misterio. Me parecía mucho más fascinante la presencia viva y fantasmagórica de esos hombres ataviados con ropas antiguas que habían sobrevivido al olvido de tantos siglos... El librito de Agamben, de apenas 50 páginas, es un viaje filológico, jurídico, teológico y filosófico alrededor del proceso que tuvo lugar en Jerusalén allá por el 33 d. C. Un juicio fundamental para emparentar la historia del cristianismo con la Historia de Roma, un cruce entre lo temporal y lo eterno, los hechos y la verdad, lo divino y lo humano.

Agamben, después de introducirnos filológicamente en algunos términos, como entrega (término relacionado con tradición y con traición) que se repiten en los evangelios, apócrifos y canónicos, y en los textos patrísticos, comenta la fascinación que el personaje de Pilato y algunas de sus frases ("¿qué es la verdad?") causaron en escritores y filósofos, como Goethe y Nietzsche, a lo largo de la historia, para luego desglosar esa pequeña pieza de teatro que es todo el proceso, con sus idas y venidas de y hacia el pretorio, en el que se encuentra Jesús y fuera del cual se encuentran los miembros del Sanedrín judío, que por motivos religiosos no pueden entrar en las dependencias del procurador de Judea. Este drama, que termina con Pilato lavándose las manos y pasando de nuevo el testigo - en este caso Cristo - a los sacerdotes (que no tenían potestad para declarar la pena capital), en lo que parece un conflicto de jurisdicciones sin fin, podría encarnar también el significado de otras palabras que, al menos en español, y sin atender a su etimología, parecen concomitantes a "pasión" (en su sentido de padecimiento), esto es, "pasar", "traspasar(se)", "paso", "paseo".



Dice Agamben en las glosas finales:

"(...) ¿Por qué el acontecimiento decisivo de la historia universal - la pasión de Cristo y la redención de la humanidad - debe tomar la forma de un proceso? (...) Cristo - argumenta [Dante] quiso nacer y hacerse censar bajo el edicto del César porque de este modo su humanidad se confirmaba con el sello de la ley [romana] (...). (...) si Pilato no emitió un juicio legítimo, el encuentro entre el vicario del César y Jesús [el vicario de Dios], entre la ley humana y lo divino, entre la ciudad terrenal y la celestial, pierde su razón de ser y se convierte en enigma. (...) La irresolubilidad implícita en la confrontación entre los dos mundos y entre Pilato y Jesús se comprueba en las dos ideas-clave de la Modernidad: que la historia es un "proceso" y que este proceso, por cuanto no termina en un juicio, se halla en estado de crisis permanente. (...) Así como el trauma en psicoanálisis, la crisis, que ha sido arrancada de su terrorífico lugar, reaparece en formas patológicas en todos los ámbitos y en todo momento. Se separa de su "día decisivo" y se transforma en una condición permanente. Por consiguiente, la facultad de decidir de una vez por todas está ausente, y la decisión incesante no decide propiamente nada. O sea, como le sucedió a Pilato, de repente se invierte en catástrofe. El indeciso - Pilato - no hace sino decidir, el decidido - Jesús - no tiene ninguna decisión que tomar".

Debo confesar que esta noche, mientras esto escribo, he pecado: me he metido una cucharada de miel en la boca. Luego me la he tragado.

Ahora escucho The Right to Love (Reflections), compuesto por Lalo Schifrin e interpretado por Irene Reid, y noto que el corazón se me ablanda, porque la música es casi lo único que me enmienda el alma, el mejor timonel en el barco de la noche.

miércoles, 8 de abril de 2020

Miércoles Santo

 "El significado más profundo del ascetismo es el de conservar la compasión. El hombre que come tiene cada vez menos compasión y al final acaba no teniendo ninguna. Un hombre que no tuviera que comer y, sin embargo, medrara; que, pese a no comer nunca, se comportara como un ser humano en los planos intelectual y sentimental, un hombre así sería el experimento moral más sublime que pudiéramos imaginar, y sólo si tuviera éxito se podría pensar seriamente en la superación de la muerte"

Elias Canetti, El libro contra la muerte



Un sueño recurrente: he salido a la calle y cuando me doy cuenta (paseo por una ciudad parecida al Berlín de después de la guerra, una ciudad del año 0 de una nueva era) estoy casi en pelotas, con unos calzoncillos raídos y una especie de albornoz. El suelo está sucio, como después de una gran nevada derretida, marcado por los neumáticos de los coches y de las bicicletas, y ya no sé si dar marcha atrás o seguir hacia donde iba con urgencia (no sé exactamente hacia qué lugar, aunque voy con determinación).

No tengo hambre. Hoy he probado el zumo de hortalizas Breuss. Contiene zanahoria, apio, patata, rábano y remolacha, ese tubérculo de color rojizo que normalmente no como porque no me gusta. El zumo está rico, sin embargo.

Beta Vulgaris



En Jerez hay una azucarera, la del Guadalete. Produce y refina azúcar remolachera. Hay días, quizás debido al viento de Levante, en que el olor de la pulpa, un olor a gases fétidos, penetra en toda la ciudad. Es un color muy de allí, que me recuerda esa sensación impasible y apática de los domingos del final del verano, en que todo está suspendido, pendiente, el nuevo curso se aproxima, pero parece que no llega nunca, porque el tiempo se estira con un aspaviento de notable pereza.

Pensé que el ayuno me ayudaría a calmar la dermatitis, soñaba incluso con que la hiciera desaparecer; pero hoy he vuelto a notar el prurito, a embestidas momentáneas, como de costumbre... me estoy acostumbrando. Me dijeron en el hospital - tenía cita estos días - que mi visita quedaba pospuesta hasta que "todo esto acabase". ¿En verano quizás? Echo de menos tener un balcón donde tomar el sol; mi casa es luminosa pero poco soleada. El otro día pregunté en la farmacia y ya no se puede comprar vitamina D sin receta médica. Se ve que la gente abusaba de estos suplementos y acababa intoxicada, con hipercalcemia: algo que puede causar náuseas y vómitos, debilidad y micción frecuente; estos síntomas pueden evolucionar a dolor en los huesos y problemas renales, como la formación de cálculos de calcio. Así que mejor pillar la vitamina D en los pocos alimentos que la contienen y con baños de sol... 

La piel ha sido siempre mi talón de Aquiles.


A las siete de la tarde, después de estar leyendo un rato, he ido al salón a fumar y he visto que un rayo de sol radiante atravesaba la ventana hasta llegar a la tele... He colocado una silla allí después de abrir la ventana y he estado media hora disfrutando del sol caliente sobre la cara y el pecho. Creo que el sol es el mejor ansiolítico que existe; a mí, personalmente, me detiene toda agitación mental incontrolada. Bajo él - qué gusto - uno queda desarmado, se vuelve un cuerpo amamantado de calor. Que el sol golpease la tele, ese objeto que ha venido a sustituir al hogar, el lugar que antiguamente ocupaba el fuego, alrededor del cual se reunía la gente en busca del relato - un relato que hemos delegado actualmente en otros, un relato, el televisivo, cada vez menos estimulante - ha sido, ciertamente, una iluminación. A las siete tengo ahora cita no en el balcón, tampoco en el sofá, sino junto a la tele, de espaldas a ella, mirando hacia la ventana. El sol va a ser mi amante puntual durante este enclaustramiento.  


Curiosamente, estos tres días, mi libido ha desaparecido. Ni siquiera me masturbo de la manera mecánica y rutinaria en que lo suelo hacer los días de trabajo y estrés. El encierro es una forma de alejarse del deseo; si a esto le añades el ayuno, la abstinencia es total. La vida cenobítica. La ascesis que recorre la historia de las religiones y las filosofías morales - de Buda a Epicuro - desde la noche de los tiempos...

Hoy pensaba en la noche de los tiempos mientras leía el capítulo sobre el taedium vitae en tiempos de la república romana del libro que ahora leo sobre la historia de la melancolía. Había un extracto del De rerum naturae en que Lucrecio menciona cómo era la vida de la raza humana en los tiempos míticos - prehistóricos - de lo que los romanos entendían por la Edad de Oro:

"Y durante numerosas revoluciones solares prolongaban su vida muchos lustros siguiendo el vagabundeo de los animales salvajes. No había ningún robusto labrador que guiara el corvo arado, nadie sabía remover las tierras con el azadón, hundir en la tierra los tiernos vástagos ni cortar con la podadera las ramas viejas de los árboles".

No sé, leer esta descripción romana de la prehistoria, de la noche uterina del ser humano, anterior al conocimiento del paleolítico, anterior a la larga Edad Media, anterior al Origen de las Especies, ¿no resulta sorprendentemente actual? ¿No distaba tanto de Lucrecio como dista ahora esa historia previa a los primeros asentamientos, a las primeras formas de comercio, a la escritura?

Dice Pascal Quignard: "Cuando en el silencio de la noche sondamos el fondo del corazón, la indigencia de las imágenes que nos hemos formado sobre el gozo nos llena de vergüenza. Yo no estaba allí la noche en que fui concebido. Es difícil asistir al día que te precede. Una imagen falta en el alma. Dependemos de una postura que tuvo lugar necesariamente, pero que nunca se revelará a nuestros ojos. A esta imagen que falta la llamamos el origen. La buscamos detrás de todo lo que vemos. Y a esta falta que arrastran los días la llamamos el destino".

Este espanto de la materia es el espanto del microorganismo que fuimos y que seremos. El espanto de la conciencia del tiempo. Saber que la Historia, también la nuestra, es una gota en el océano.

El eterno retorno. Ritornello.


Roland Barthes, un hombre melancólico, con ese tipo de melancolía barroca que se pierde en los detalles y se va por las ramas, como la de tantos otros de su generación, tocaba el piano una media hora al día, para relajar el cuerpo, sustituyendo de este modo el ejercicio físico. Yo, estos días, encontraba ese "délassement" en las tareas de la cocina, como cortar los alimentos, mezclarlos, condimentarlos, luego fregar los cacharros. Esta semana no me ejercito en nada. Escribir, sobre todo a estas horas de la noche, me da cierto dolor de cabeza.


Con Chendo, que ha sacado el tema porque sabe perfectamente como tenerme en vilo al teléfono, que es su vicio, hemos hablado de la reivindicación de ciertos miembros de la "industria cultural" como sector básico. Estos profesionales del arte te lo cuentan de otro modo, con un lenguaje místico, acudiendo a eso del alimento del alma que otrora las órdenes religiosas utilizaron para defender la renta frente a la limosna. Me temo que las industrias culturales en este país no serán sólidas hasta que la educación - incluida la televisión, importantísima - sea lo suficientemente sólida. Primero hay que educar al público para que luego consuma cultura (sin consumo no hay dinero para profesionalizar el sector). Respecto a la demanda de una partida presupuestaria específica para su sector en estos tiempos de fuerza mayor, me parece un poco caprichosa. Los cines y los teatros son tan necesarios como los bares, las cafeterías o las discotecas. Por más que algunas necesidades sean más espirituales que otras. Supongo que el precariado - cultural o no - deberíamos remar todos en la misma dirección. Me parece un poco oportunista aprovechar la excepcionalidad de esta crisis para reivindicar cuestiones - que, aunque justas - vuelven a caer en los mismos defectos de forma elitistas de los que luego, cuando se les acusa de "antipáticos", se sorprenden. Otra cosa es Vox y el ninguneo que sufre el "mundo de la cultura" por parte de la derecha en general, y que el ministro de Cultura y Deportes (más de esto último que de lo primero) sea un paleto. Mira, que no sean tan psoistas y sanchistas. Que se pasen al lado oscuro. Lo peor de todo es que los que lloran frente a la cámara estos días son más los del ala burguesa, esos que se dedican a la industria cultural no gracias a becas y talento, sino a que papá o mamá, o las rentas, ha permitido que se aventuren cómodamente en este sector tan desastrosamente raquítico en España.

Hoy ha hecho bueno. Y el Prendimiento, el Prendi, la cofradía más flamenca de Jerez, hubiese hecho estación de penitencia por las calles de mi ciudad. El Prendi es más que una cofradía, es pueblo y arte. Es ignorancia y brillo. Es éxtasis y pasión. Dolor y vida. Quien no entienda esto ni a La Veneno (La Veneno sin necesidad de redención, La Veneno en su genialidad abyecta) es que no entiende ná de ná.


martes, 7 de abril de 2020

Martes Santo

A última hora de ayer, cuando terminé de escribir la primera entrada, me dieron unas ganas locas de comer chocolate. Supongo que es esa urgencia, tras un par de horas de redacción, de creer que tu esfuezo merece una recompensa. El cholocolate - Lindt con un toque de sal, mi perdición - es la única tentación que sobrevive en las baldas de mi cocina. Conseguí resistirla y me dormí enseguida. Era muy tarde.
Tuve una extraña pesadilla que me despertó en mitad de la noche. Al segundo la había olvidado, aunque era intensa porque me incorporé en la cama: me costó unos segundos reconocer mi habitación, el altillo que hay sobre el pequeño rincón donde están el armario y el espejo galvanizado por la luz roja del piloto del termo...
No le tengo miedo a los fantasmas ni a los ruidos raros, pero el otro día, a la hora de la siesta de uno de esos días grises que se han sucedido en un continuum, volviendo aún más difícil separar un martes de un domingo, oí muy cerca una respiración pesada: era como la que se escucha en la Suspiria de Argento cuando están todas durmiendo en el salón de baile, separadas de las profesoras por una cortina translúcida. Bajé el volumen de la radio y escuché atentamente; era un sonido orgánico y muy perceptible, que incluso logré captar con el micrófono del teléfono. Se lo mandé a Chendo. Al cabo del rato amainó hasta desaparecer y no he vuelto a escucharlo. Igual eran mis vecinos de al lado -  no paran de recibir paquetes - que estaban probando una máscara de snorkel. Qué sé yo...
Me he despertado esta mañana cerca de las once y media. Me he tomado el vaso de zumo de ciruelas pasas, otro vaso de zumo de frutas que se llama Wellness y las dos cucharaditas de semillas de lino. Luego me he preparado una infusión para comenzar a trabajar. Me siento liviano.
En el móvil, que a menudo coloco en modo avión, tenía varios mensajes sobre el último artículo de Pedro Almodóvar y su confinamiento. Pereza. ¿No tiene amigos que le digan que trate de escribir mejor, que no hable tanto de sí mismo (es incapaz de no asociar nada a su obra, a sus cosas)? ¿No podría su hermana Chusa decirle que está más bonito callado, sin repetir una y otra vez las mismas monsergas sobre la solidaridad de las vecinas del pueblo de su madre? Qué triste verte rodeado de una cohorte de aduladores que te hacen la pelota sin pestañear. Vivir como un reyezuelo, confinado en tu propio delirio de grandeza. Es como la abuela demente, a la que todo el mundo le da la razón. Como le decía el padre a la madre de Lucía, hablando de ella en Mujeres al borde de un ataque de nervios: "la mimas demasiado, así nunca se curará". He aquí algunas conversaciones de whataspp con amigos:

1.

- Podría explicar por ejemplo por qué no va a su casa de campo. Que eso sí que me interesa.
- Ya, anda que ya le vale. Le pillaría el confinamiento aquí.
- Está atontá. Le da miedo ir sola. ¿Y el novio? Bien que fue a tirarle la foto dando palmas.
-Y que no sabe conducir... aunque se podría pillar un "tarsi"
- Bueno, que llame a Javi Giner que le haga de chófer

2.
- "Las biuty me recuerda a mi libro..."
- Jelouuuuu
- "Una maravillosa Semana Santa sin procesiones, saetas ni mantillas" dice la Gorda! Cada vez la soporto menos.
- La Gorda escribe cada vez peor.

Ya sabemos que los ídolos, como los trapos, deben usarse para esto. Más en tiempo de prisión domiciliaria.


A estas alturas no me apetece hablar sobre lo que ingiero: es todo zumos y tisanas. Y semillas de lino.
La tarde está gris; las nubes, algunas de un denso gris como columnas de humo, hacen que el cielo parezca que esté pegado a la tierra.

No tengo hambre pero sí que han salido a flote ciertos dolores articulatorios. Me duele también la yema del dedo índice derecho. Es un dedo que utilizo mucho con el teclado; también para golpear el cigarrillo y soltar la ceniza sobre el cenicero. Eso sí, el día se me ha hecho largo. Y mañana temo que va a ser peor. Ahora entiendo el refrán ese de "más largo que un día sin pan".

Creo que me voy a limpiar la cera de los oídos...

Me siento especialmente ausente y alejado del mundo. Me siento bien así. Solo cuando estoy trabajando miro el Facebook o las portadas digitales de los periódicos desde el portátil. Es contraproducente porque solo pruduce impotencia. De vez en cuando desactivo el modo avión - que es como tengo el teléfono normalmente estos días - y veo los mensajes, que contesto sucintamente.

Esta tarde he leído este epigrama de Posidipo de Pella (310-240 a.C.), que nos ha conservado la Antología Palatina:

¿Qué hacer en esta vida? Mil afanes
Te esperan en el foro, en casa penas,
Fatigas en el campo, terror sobre las olas.
Miedo si algo te falta en tierra extraña.
¿No tienes nada? Malo. La vida del casado
Es un sinfín de angustias, la del soltero
Tristeza y soledad. Dolor los hijos
Son, pero sin ellos nada vale.
Necia es la juventud, débil y flaca
Resulta la vejez. Solo dos cosas
Merecen desearse: o no nacer,
O si se nace, morir a los dos días.

El pesimismo griego.

Pasan ahora en La2 un documental sobre bandidos, bandoleros, asaltadores de caminos. José María El Tempranillo, el Bandido Cucaracha... Me echaría al monte en estos momentos.


lunes, 6 de abril de 2020

Lunes Santo

Hacía tiempo que tenía ganas de ayunar.
Cuando hace unas semanas conversé con Pablo, que siempre anda investigando sobre cosas interesantes, y me habló de metabolismo y cetogénesis, mi predisposición novelera - que siempre esconde oscuros y sustanciosos motivos, a menudo inconscientes - se agitó y me prometí a mí mismo hacer uno. Uno parcial, en el que eliminaría los alimentos sólidos durante unos días y me mantendría a base de zumos y caldos.
Hace más de una década hice el famoso ayuno del sirope de arce, pero como andaba en pareja, no conseguí el idiorritmo que este tipo de experiencias - absolutamente serias - requieren, y lo hice desde la inconsistencia y la frivolidad. Ni siquiera fue una dieta con fines de restricción calórica. Fue más bien un cachondeo.
Lo que no me apetecía esta vez era prepararlo: se me hacía un mundo tener que andar comprando por allí o por acá ingredientes que no suelo tener en casa o pasarme los primeros días hambriento y con la cocina empantanada haciendo preparados vegetales y suero casero.
Quería que la clínica Buchinger llamase a mi puerta, que la montaña viniese a Mahoma, o mejor, a Hans Castorp. Tarea difícil cuando no se tiene pasta. Lo cierto es que tras hacer ciertas averiguaciones, di con un paquete de Biotta que te proporcionaba todos los ingredientes necesarios para una semana de depuración: diez zumos embotellados, una bolsa de semillas de lino y otra de hierbas para infusión. Ideal. Y a un módico precio. Todo esto me llegó a casa unos días antes del ACONTECIMIENTO. Lo dejé arrinconado en el vestidor, en espera de encontrar la ocasión. Sin embargo, desatada la crisis sanitaria y decretado el confinamiento, tras una semana de ansiedad e ingestas excesivas en casa, decidí colocar la caja sobre la barra de la cocina, a modo de última bala.
Esta vez mi objetivo no era solo adelgazar: quería curar una dermatitis atópica, reducir el consumo de tabaco, sentir esa ligereza mental que da el hambre controlada y - no nos engañemos - sentir esa ebriedad seca que proporciona cerrar el pico. Un ayuno místico, como el de los primeros cristianos, como el de los eremitas, siguiendo el ejemplo de los cuarenta días que pasó Jesús de Nazaret en el desierto, tras su bautismo. La Semana Santa, semana de Pasión, era la ocasión perfecta. Pasión con paciencia. Aventurarse apaisadamente.
Ayer, después de ir vaciando estos últimos días la nevera y las repisas de tentaciones, abrí la caja y coloqué su contenido sobre la cocina...


Hoy, día de preparación, tras beber un vaso de agua tibia recién levantado, he tomado dos cucharaditas de semillas de lino con una infusión y un vaso de zumo de ciruelas, realmente rico. Luego he comido un poco de pan, con tomate y aceite. Durante el resto de la mañana, mientras intentaba contactar con la Tesorería de la Seguridad Social, infructuosamente, he bebido agua y más infusión, hasta que ha llegado la hora de comer y me he preparado un brócoli salteado con ajo y soja, que he acompañado con más zumo de ciruela.

Pensé que esta semana, con tanto festivo y dada la situación, no trabajaría. Pero me ha entrado curro. Tal como están las cosas debería dar gracias al cielo, pero el trabajo alimentario, sin la motivación de poder salir y entrar, de poder olvidarte de él, se vuelve una carga, prístina y maldita. No me gusta mi trabajo, lo soporto únicamente porque me permite vivir. Vivir de aquella manera, porque un trabajo insatisfactorio siempre te distrae de la verdadera vida y, sobre todo, del verdadero trabajo: la lectura, la escritura, la cocina, la intendencia de la casa, los amores, los amigos, el sueño plácido, etc. El oficio de vivir, que decía Pavese. Así que, en circunstancias normales, el falso trabajo produce un décalage de tus propios intereses vitales, y cuando tratas de dar (el) tiempo a otras cosas, nunca es suficiente, perdiendo una gran parte de tu energía en reparar de manera errática - ay, las evasiones estériles - toda la frustración que conlleva la falsa vida laboriosa de "lo laboral". En este confinamiento de mi habitual confinamiento (sin duda, lo mejor de mi trabajo es que puedo hacerlo "en casa", y mi casa está en cualquier parte donde, pudiendo conectarme a Internet, me sienta a gusto) me pasa que tengo sentimientos encontrados: echo de menos cierta normalidad, pero teniendo callo como tengo para la soledad, estoy agradecido de que el mundo se haya parado un poco. Con un sentimiento egoísta y hasta psicótico muy propio del carácter melancólico, siento que el mundo (todo eso ajeno a las fronteras de la propia corporalidad) me está ayudando con las pesadas bolsas de los "mandaos".

 
Después de comer tenía cita en zoom con Weldon y Paz (también estaba Roberto), que me habían invitado a participar en un podcast para su niñosgratis, a propósito del relato La mujer que se fue a caballo, de D. H. Lawrence. Cuando recomendamos libros a los amigos o los amigos nos los recomiendan, apenas esbozamos un resumen y un par de sentimientos y dejamos que la conversación fenezca. Apenas se tienen debates sobre libros. Lo bueno de los clubs de lectura, de estas tertulias, es que convierten la experiencia solitaria de la lectura en un intercambio de ideas y pareceres, y los libros crecen exponencialmente. Es como cuando sales del cine con amigos y te tomas una caña. Mucho mejor que hablar de polvos, de colocones, de exes o de turismo. Para hablar de sexo o de viajes, para compartir experiencias comunes a cuatro o cinco (otra cosa son las conversaciones tête à tête o los cotilleos), nada pone más orden y enriquece más la experiencia común que en un libro o una película. Es elaborar sobre lo elaborado.

Antes de volver a trabajar he estado leyendo un rato, hasta que la luz natural me lo ha impedido. Siempre hago echar un pulso a la luz natural con la zona conveniente donde dejar el marcapáginas. Para no tener que leer a la carrera hasta encontrar una franja de espacio en blanco (un cambio de capítulo o simplemente de párrafo) o dejarme los ojos hasta encontrar dónde dejar descansar el separador, ya me tengo estudiada la incidencia de la luz de la tarde sobre la cama - que es donde suelo leer -, para saber en qué lugar detener la lectura. Cuando cambió la hora hace una semana gané una hora más de solaz. Supongo que es otro de los muchos TOCs que regulan la vida monacal.


He trabajado un par de horas, luego he llamado a mis padres antes de cenar. La cena ha consistido en una patata y dos zanahorias al vapor con requesón desnatado. Hasta el domingo no volveré a ingerir nada sólido. Lo cierto es que hoy no he pasado hambre. Eso sí, me he pasado el día meando. El pis tiene un color pálido, espero que los últimos días sea casi cristalino.

He visto un documental fantástico: Sex, fashion & disco, sobre Antonio López, no el pintor hiperrealista español, sino el ilustrador newrriqueño de las grandes revistas de moda. Los setenta y los ochenta, Nueva York y París, Warhol y Saint Laurent, Lagerdfeld y Jacques de Bascher, Jessica Lange y Jerry Hall, el Max's Kansas City y el Club Sept, la juventud y la muerte. Esos años en que muchos de los grandes agitadores culturales acabaron sucumbiendo a ella durante la Gran Crisis del Sida. Auténticos reformadores de la vida moderna de cuyo legado se apropiaron los supervivientes, por lo general más mediocres. Sufficit diei malitia sua.

En estos momentos me duele la cabeza: no sé si se debe a la falta de glusosa, a la concentración a la que somete la escritura cuando casi no se practica, o a los cigarrillos con los que tratas de sortear la inseguridad que produce intentar ejercitarla. El ayuno es la excusa.

Mañana trataré de fumar menos. Ahora me acuesto.